Por: Alfonso Fraguela
Quiero iniciar estas líneas, recordando a ese ser humano que tomó mi mano en muchas ocasiones, mientras me tambaleaba dando mis primeros pasos, durante los primeros años de vida.
A una persona que también fue joven, igual que yo, quien tuvo temores e inseguridades ante la responsabilidad de tener una familia, a quien nunca demostró debilidad y que seguramente lloró en muchas ocasiones, como lo hago yo en soledad, cuando estoy triste o simplemente cuando las cosas no salen como esperaba.
Ese individuo que debía trabajar para llevar el sustento, y que se convertiría en malabarista cuando se desbalanceada el presupuesto del hogar.
Ese hombre, que se conducía con seguridad y tenía una respuesta para todo, que enfrentaba con valentía los problemas que surgían a diario como uno de los héroes de Marvel, que salvara el Planeta.
A ese gurú, a quien le preguntaba ¿cómo debía hacer para salir con esa chica que tanto me gustaba? Y que no sabía cómo decirle, por miedo al rechazo.
A ese señor, que tuvo la paciencia de un monje tibetano para enseñarme a conducir, y que en todo momento me mostró su desprendimiento al prestarme su preciado carro, para salir a mi fiesta de graduación, y hacerme sentir adulto. Ese maestro de la vida que inmortalizó tantas frases, que recordaré hasta el último suspiro de vida, como fue “saluda mientras subes, porque esas mismas personas que hoy saludas al subir, deberás saludar cuando bajes”.
A un sujeto, que me enseño que debía dar la mano, saludar y respetar los acuerdos, porque solamente de esa manera se puede ganar el respeto frente a los demás.
Ese mortal que me guio que debía tratar con humildad e igualdad a todas las personas, porque no existen diferencias, no hay colores, no hay estatus, solamente dignidad y respeto por el prójimo.
Ese gran hombre, que el tiempo tiño sus cabellos y reemplazó con canas, cuyas manos fuertes y firmes siempre me sostuvieron y que hoy, mis manos lo sostienen y lo guían mientras se tambalea, revelándome que el tiempo hace estragos, y sus fuerzas se desvanecen.
A quien la vida me regaló, con virtudes y defectos y que aun cuando no está, sigue enseñándome que cuando se tambaleaba y se aferraba a mi mano, con su mano temblorosa y con la piel manchada por la vejez no era yo quien lo guiaba, sino él, para que no perdiera el equilibrio en el recorrido por la vida que me falta por caminar.
A ese gran luchador, que con el paso del tiempo y su mente deteriorada impida reconocerme para decirme hola hijo, no importa, porque yo sí sé quién es él.
A ese ser humano, que recordaré como papá, como padre, y como el más leal y fiel amigo, para él siempre mis respetos, y amor incondicional.
Este domingo, es el segundo domingo del mes de junio y ese día se celebra el día del padre. Muchos disfrutarán de la compañía de sus padres, y recordaran anécdotas pasadas, mientras que otros, solamente los recordaremos porque ya partieron dejando una huella indeleble en nuestra memoria. Para ese viejo, ese patriarca, ese progenitor, ese ascendiente que nos preparó para honrar su nombre y continuar un legado, así como lo hizo él con su padre, y este con el suyo. Solamente se me ocurre una palabra, gracias papá, gracias. Gracias al hombre de los chocolates.