Durante la última década, la producción de energías renovables se ha más que duplicado a nivel mundial, y su cuota en el consumo total de energía primaria ha aumentado del 9% en 2011 al 13% en 2021.
A pesar del crecimiento de las energías renovables, el uso de combustibles fósiles también se está expandiendo para satisfacer la creciente demanda de energía. La demanda mundial de energía creció un 14% entre 2011 y 2021, impulsada principalmente por fuentes intensivas en emisiones.
En el caso de América Latina, de acuerdo con el informe: La transición energética: Una agenda región por región para la acción preparado por McKinsey & Company, el mix energético es relativamente más verde que el de otras regiones. Los combustibles fósiles representan el 70% del consumo total de energía primaria (frente al 82% a nivel mundial) y la región esa región hoy es exportadora de combustibles fósiles, en particular de petróleo: en 2021 exportó 1.500 millones de barriles.
El mix energético de esta región incluye, además, un 20% de energía hidroeléctrica y países como Brasil se encuentran entre los mayores productores de biocombustibles. La capacidad instalada de renovables es de 270 GW (40 GW eólica, 30 GW solar, 200 GW hidráulica). Y el potencial de generación es aún mayor. El desierto de Atacama en Chile cuenta con una capacidad fotovoltaica (PV) de 1800 GW, con factores de capacidad un 20% superiores a los de las mejores ubicaciones de África, Oriente Medio o Australia. La Patagonia tiene factores de capacidad eólica terrestre de clase mundial. Brasil y Uruguay tienen energía eólica y solar complementarias para un suministro de energía más confiable. Uruguay, México y Colombia cuentan con un importante potencial eólico; mientras que Bolivia, México y Perú tienen energía solar.
Además, con una penetración de las energías renovables superior a la media, Latinoamérica también está bien posicionada para convertirse en un gran productor y exportador de derivados del hidrógeno verde (amoniaco verde y combustibles sintéticos). La región ha creado una amplia cartera de proyectos de este tipo, principalmente en Brasil y Chile, pero expandiéndose rápidamente a otros países como Uruguay, Argentina y Colombia.
“América Latina puede consolidarse como una de las regiones líderes en la transición energética. Gracias a una matriz comparativamente más limpia que otras y la abundancia, variedad y calidad de sus recursos de energía renovable, América Latina puede ser una de las primeras en alcanzar net zero. Pero no sólo eso, también puede posicionarse como un exportador a gran escala de energía y productos sostenibles derivados de las energías renovables o biomasa – hidrógeno verde, e-fuels, materiales sustentables; así como créditos de carbono vinculados a soluciones basadas en la naturaleza – reforestación, conservación, agricultura sustentable” afirmó Xavier Costantini, socio senior y líder regional de Sostenibilidad en McKinsey.
Descarbonización de la economía
“La combinación de los factores anteriores presenta oportunidades significativas para que América Latina contribuya a la descarbonización de la economía dentro y fuera del continente, y para impulsar el crecimiento económico sostenible y la creación de empleo”, destaca Julio Giraut, socio de McKinsey & Company y Office Manager para McKinsey en Panamá.
Giraut añade que de acuerdo con el análisis, América Latina tiene algunas oportunidades para considerar como: simplificar, acelerar y aumentar la certeza de los permisos de proyectos, y promover marcos más simples para la colaboración público-privada; mejorar y estabilizar los esquemas de precios, los diseños de mercado y las garantías para eliminar el riesgo de las inversiones en transición energética y mejorar el acceso al capital nacional e internacional e introducir medidas del lado de la demanda para promover el cambio de combustibles fósiles a electricidad y otras alternativas energéticamente eficientes en el transporte.
Además, es importante que se tome en consideración el desarrollo de mecanismos y mercados de seguimiento de carbono regulados e impulsar incentivos para descarbonizar las huellas de la industria; la promoción de la fabricación local de piezas y equipos, y convertirse en una potencia de exportación de materias primas y productos de energía limpia y desarrollar una fuerza laboral calificada para apoyar la transición y crear beneficios socioeconómicos.
A nivel global, es importante considerar que las recetas para el papel de los combustibles fósiles no sean simplistas, dada esta continua dependencia. La transición hacia el net zero exige descensos pronunciados y decisivos del consumo de combustibles fósiles. Al mismo tiempo, en un escenario de nuestro análisis (el escenario de “compromisos alcanzados”, que implica un aumento de 1.7 °C en las temperaturas globales para 2100), la demanda mundial de gas natural podría ser mayor en 2030 que en 2021, mientras que el consumo de petróleo disminuiría en menos de un 5% en el mismo plazo. Asegurar este suministro requeriría invertir en combustibles fósiles para garantizar la resiliencia energética y la asequibilidad.
En la medida en que se realicen inversiones en combustibles fósiles, éstas podrían orientarse hacia opciones de menores emisiones y activos flexibles que puedan ajustar rápidamente su producción a medida que disminuya la demanda para cumplir con los objetivos de cero emisiones netas. También serán necesarias inversiones y acciones para reducir la intensidad de carbono de los combustibles fósiles, como abordar las emisiones de metano y electrificar las operaciones de petróleo y gas.