Por Británico Quesada/ El Digital Panamá
Son las nueve de la noche en el club La Huaso de La Chorrera y todo está en calma.
20 de junio, no es quincena, por lo que el dinero se gasta gota a gota.
Unas 12 mesas, 8 sofás para los clientes y “damas”, cuatro neveras verticales, dos horizontales para enfriar el pan líquido, un tubo adelante y otro atrás para los bailes exóticos, pero hay segregación.
El camarero del mostrador solo observa y detrás de él un bar decorado de madera y espejos donde se guarda el licor.
Las “damas” solo contemplan a los clientes separados porque los bolsillos no aguantan 5 dólares para ofrecerle una pinta y menos los 25 para “subir al cielo”.
Un hombre mira un partido de balompié y cuando una musa dirige su vista hacia otro lado, la observa de arriba hacia abajo.
Le tiene ganas, sin embargo esta “limpio”. Hay para todos los gustos blancas, negras y de piel canela, casi mostrando sus atributos que la naturaleza le regaló y otras las que el bisturí mejoró.
Panameñas, colombianas, chamas y dominicanas se pasean en el local en busca de una presa y nadie cae.
Una musa viste un traje tejido con pronunciado trasero, inflado por el silicón, otra chica blanca viste falda corta y camiseta corta sin sostén. Su belleza es notoria, aunque no lo suficiente para convencer bolsillos huecos.
Damas y clientes solo cruzan miradas, más nada porque es mejor mirar la tv y de vez en cuando observar una dama porque el dinero escasea.
Los varones solo aguantan el deseo porque mirar es gratis, la testosterona deberá esperar y las chicas tristes porque quieren “sumar”. Eso ocurre cuando nadie sube.