El otro día en una limpieza de mis cosas personales encontré mi vieja colección de libros de bolsillo de Mario Benedetti, Neruda, Gustavo Adolfo Bécquer, Jorge Luis Borges, hablando de Borges traspapelada a medio leer -todavía con un separador de páginas- estaba una copia de La paciencia impaciente de Tomás Borge.
El separador tenía una pequeña dedicatoria:
“Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos, te quiero porque tus manos trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos.
Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada, te quiero por tu mirada que mira y siembra futuro”, Te quiero de Benedetti.
Al leer la firma de las iniciales DC, lo que me pone algo nostálgico… Hay un dicho que reza así: La novia del estudiante, no será la esposa del profesional.
La mayoría de las veces el ser humano recuerda cuando le fallan y no cuando nosotros somos los causantes del dolor de otra persona.
Existen muchas formas de fallar, no necesariamente es ser infiel, o por no amar.
Recuerdas como te miró la última vez que la tuviste al frente, como sus mejillas se empaparon al llorar.
El punto es que al que hiere también le duele lo que sucede, le duele decir adiós, pero alguien debe decirlo, ambos saben que dentro de algún tiempo se romperá todo contacto y es mejor no darle largas a ese dolor.
