En medio de la cuarentena, el teletrabajo ha resultado perfecto. Un buen café me despierta por las mañanas, según yo no me hace falta más nada. Par de llamadas, unos cuantos correos y la tarea está terminada. Leo los diarios digitales más populares de Panamá, entre ellos, por supuesto, el de mi amigo Pancho.
No me decido entre releer “La Era del vacío” del francés de Gilles Lipovetsky, escuchar mi disco de los Rolling Stones o ver “Milagro en la Celda 7”, porque todos hablan de ella en redes. Un pequeño timbre me hace inclinar por mi teléfono móvil. Tengo varios chats, colegas y amistades quieren saber cómo estoy.
Pareciera que, para los que vivimos solos, se nos ha hecho más difícil, tengo mis dudas al respecto. De repente recibo otro mensaje, es aquella insistente de siempre: “Cariño, si quieres me puedo escapar a tu apartamento, a la hora que me toca salir y ya tú sabes para qué, luego me regresó un día y medio después”.
Mi mente me traiciona, tal vez sería buena idea. Cocinar algo especial, abrir un vino de mi pequeña cava, conversar de leyes, política o de poesía.
Despierto de mi sueño y recuerdo que ella no está ni cerca de lo que yo imagino.
Le contesto que no tengo tiempo y que el trabajo me abruma. Definitivamente tengo tiempo, pero para qué.