Por: El Indio Juan Diego
Uno acostumbraba ir todos los veranos de visita al interior para pasar las vacaciones con sus abuelos maternos. Este año fue obligado, ya no le divierte trabar árboles, ir al río a pescar chogorros, ni jugar con el biombo cazando tortitas.
El primer día lo paso aburrido, a eso de las seis de la tarde la mamita -así le dice a su abuela lencha-, le sirve una totuma de café de ñajú y un plátano maduro asado.
Al terminar la bebida, le entran unas ganas de orinar, le da algo de pereza ir a la letrina y decide ir regar la cerca de los papos.
Al vaciar la vejiga siente un alivio, al darse la vuelta ve a Estercita, que no disimuló que lo observaba.
Estercita -su inchipinchi de verano-, ya se creció; es toda una señorita.
Ella escuchó con un gusto el chorro de orine que hacía un ruido curioso al chocar con la tierra roja seca.
La muchachita se saboreó como si comiera un gajo de piro. El piro es una fruta muy conocida en el interior del país. Se caracteriza por su sabor un poco ácido y dulce.
Juan detalló a Estercita, le miro las caderas, las colinas de sus pechos y la carita bonita.
Ella se sonrojó al ver que a Juancho se le marcaba un bulto en el pantalón.
Ambos se miraron sin decir nada, cuando Juan intentó hablar, fue interrumpido por el ladrido de cucho el perro de los señores.
La doña que no es pendeja, apareció de la nada y les grito que hacen chiquillos, cuida’o con una vaina…
Al ver que Estercita, ya no era la niña que parecía hombrecito, que siempre andaba mica de comer mangos o caimitos, se le olvido que no había luz, ni televisión.
De vez en cuando los dos pubertos se besuqueaban y manoseaban a escondidas, pasaron las semanas y llegó la semana Santa.
El pueblo de Piedra Negra, es muy respetuoso, nadie hace casi nada esos días por temor a convertirse en pez, si iba al río o mono si subía un árbol.
Como se crió en la capital no creía en las historias de brujas y visiones de pueblo.
En pleno viernes Santo, Juan invitó a Ester a una cabeza de guineo patriota. El pela’o de la ciudad con dos machetazos cortó el tallo, mejor que cualquier campesino, la desgajo y metió en un saco.
Luego agarró a la chiquilla por la cintura y la empezó a besar y toquetear… La cuestión se pone caliente, se van acomodando en las hojas secas de la mata de guineo.
Le sube el traje a Ester, que es señorita antes de que pueda desflorar a la amiga, escuchan un estruendo en medio del monte, se oyen las pisadas que quiebran las ramas secas… De pronto divisan una figura que parece de mujer vestida de blanco, Juan le agarra la mano a Ester y salen huyendo como alma que lleva el Diablo. Al salir al camino cada uno agarra para su casa.
Él asustado muchacho se mete con todo y cutarras en la cama, se arropa de pies a cabeza. El abuelo le pregunta que le paso a lo que responde: Nadaaaaa.
Del miedo no se fijó que la abuela no estaba.
Lo que los asustó no fue ni la tepesa, ni la tulivieja, era la abuela que sabía de los arrumacos que se daban los imberbes a lo escondido y no quería que pasara nada entre esos dos.