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El chico publicidad engañosa

Por: Lilith

Si hay algo que personalmente detesto, son los ‘hombres bocones’. Pero antes de comenzar esta triste historia permítanme presentarme, me llamo Lilith y obstento orgullosamente la edad de 40 años, y aunque mi nombre hace alusión a la primera mujer de Adán (según la literatura hebrea), estoy lejos de ser un demonio mitológico, pero de esto no les vengo hablar, quiero contarles sobre uno de los encuentro sexuales más bochornoso de toda mi vida.

No acostumbro a hablar de mis amores, pero el chico se ha ganado este escrito precisamente por ser tan ‘bocón’. Tal como inicié comentándoles, tengo un desagrado casi repulsivo hacía este tipo de espécimen humano que se jacta hablando, cuándo y cómo se ‘comen’ a una chica.

Son los mismos tipejos que generalmente disfrutan fanfarroneando al oído de las mujeres sobre lo “buen polvo” que supuestamente son.

“Te voy hacer… Te voy a poner… Subirás al cielo de lo rico que te lo voy hacer”, bla bla bla, pendejadas que la experiencia me ha llevado a comprobar que son menos de 1 en la cama. Lo cierto es que pese a mi molestia hacía este tipo de fantoches, decidí darle la oportunidad a uno que por largo tiempo estuvo cortejando mi sexualidad.

Lo reconozco, accedí más que todo por curiosidad, pensé que por no ser tan agraciado físicamente había desarrollado armas peculiares para satisfacer a una mujer. Lo sé, el pensamiento de creer que ‘todos los feos son buenos en la cama’ es una idea tonta pero aun así, debía comprobar dicha hipótesis, ¡fatal error!

Les cuento…

Llegamos al motel y luego de ducharnos, el joven comenzó a acariciar mi cuerpo con desesperación, algo sulfurado diría yo. Sus ansias lo llevaron a bajar apresuradamente rumbo a encontrarse con mi ‘pelucha íntima’.

El fortachón de apenas 30 años, estando en mis ‘partes’ comenzó hacer sonidos extraños, a lamerla como un demente, morderla y no sé cuántas cosas muy incomodas.

Soy una mujer que disfruto el sexo oral en todas sus facetas, dar y que me den placer me encanta, pero lo que hacía el chico era similar a ‘succionar una masa de carne’, de forma rústica y muy dolorosa.

Cortésmente, pasé a decirle al ‘frustrado actor porno’ que se detuviera y que si gustaba, podíamos ir al siguiente nivel, en mi imaginación pensé que talvez en la penetración la cosa cambiaría.
Quiero hacer una pausa para decirles que hasta ese momento no había pensado en su ‘pito’, aclaro… no por egoísmo, sino porque hasta entonces su ‘polla’ no se había manifestado, y es que luego de ducharse se había puesto su bóxer nuevamente.

Comencé a jugar coquetamente sobre su ropa interior y delicadamente comencé a bajar sus calzoncillos, sin embargo, el joven no dejó ni que terminara la acción pues como un resorte se paró de la cama y me pidió que me detuviera.

“Espera” me dice desde una esquina de la habitación “debo prepararme”. Le hago saber con una leve sonrisa que deseo darle cariño con mi lengua a su ‘sexo’, sin embargo, al chico no parece importarle esto.

Me mira detenidamente y luego de unos pocos segundos se voltea hacía la pared, termina de bajar sus calzones de espalda y al terminar se gira poco a poco con timidez hacía mí. Sus manos cubren su ‘pito’ y al cabo de un instante luego de mantener su mirada clavada a mis ojos, quita sus manos descubriendo ‘el paquete’.

Confieso que casi colapso, defino su pene como un ‘diminuto amigo’. Pensé en la posibilidad de que no estuviera erecto totalmente, pero el chico interrumpió mis divagaciones al decir: “ya estoy listo para que me sientas”.

Aún recuerdo que el condón a duras penas luchaba para permanecer como una especie de paragüitas en aquella ‘pollita’. Estaba paralizada, no sabía si correr, esconderme o simplemente decirle ¡No Gracias, chao!

Pero pese a todo decidí continuar, un voto de fe diría yo. Se han visto caso de hombres que pese a su diminuto tamaño lo saben utilizar. Me propuso que me colocará al borde de la cama y obedecí, (antes de continuar deseo abrir el paréntesis para aclararles que mi trasero no es tan pequeño que digamos) pero continuemos….

A los pocos segundos escuché al chico gemir, bueno, más bien gritaba como gatos en riñas callejeras, sudaba sumido en un frenesí. Con algo de incertidumbre le pregunté “¿ya está adentro?”, su respuesta me hizo admirar su autoestima, “sí, está adentro mami, siénteme, siénteme, es el miembro más rico que has sentido, verdad, ¡VAMOS DILO!”

¡Mierda! Por respeto a mi cuerpo, hice un ‘stop’. Me bañé, me vestí y me fui…

Meses han pasado de ese penoso encuentro y ayer me llegó un mensaje de texto del ‘pequeño’ que decía “¿deseas que te lleve a las estrellas nuevamente?”

“Los siento, número equivocado”, fue lo que respondí…

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