Era inicios de 1953, cuando la Tuberculosis apareció en la comunidad de Tierra Plana, en el distrito de Atalaya, provincia de Veraguas. La enfermedad que fue transmitida por unos de sus coterráneos, quien había viajado a la ciudad de Panamá y fue contagiado sin saberlo, trajo consigo la desgracia, pues en cuestión de semanas acabó con familias enteras.
Han pasado 67 años desde aquel hecho, cuando otro virus hace su aparición, pero en medio de un mundo moderno, en el cual abunda la información y donde los medios tradicionales, y digitales han abierto el conocimiento, evitando que el Covid19 arrastre a su paso con media humanidad.
Tierra Plana sigue siendo la comunidad rural, con caminos de tierra a cinco minutos de Atalaya centro (en auto), pero con pocos habitantes. Para la época de 1950 era algo similar a las aldeas de los pitufos. Casas de quincha, otras de ranchos improvisados y de zinc. Eran familias pobres que sobrevivían en medio de la miseria provocada por la segunda guerra mundial y la carencia de políticas públicas.
Hoy, sus pocos habitantes recuerdan aquel fatídico momento al escuchar los despachos de prensa del que se hacen eco los medios, con la única diferencia que en esos tiempos nadie informaba de los estragos de la Tuberculosis. Ni las autoridades preguntaban porque se moría la gente en los campos.
Ante los hechos del Covid19, y el cúmulo de información que circula por los dispositivos móviles, comienzan a salir los nombres de todos los que yacen en el Cementerio Municipal de Atalaya, producto de la Tuberculosis. Es decir, lo que no hubiera ocurrido si en aquellos tiempos existiera todo lo que se previene hoy de una manera ágil.
Los hechos descritos con anterioridad, nos inducen a una realidad; el Panamá moderno que convive con el Covid19 y el que está en las provincias. En la primera parte están los que no le tienen miedo al contagio y retan su efectividad, acumulando números que luego van a dar centros médicos públicos, y si la cosa empeora, ya se compraron las bolsas para darles cristiana sepultura, que al final era lo que buscaban.
El Panamá de las provincias, ha sido cauteloso. Allí sobrevive el hombre de botas, machete, cutarra, motete y disciplina. Gente que no espera las migajas estatales para salir y ganarse el sustento.
Los contagios por este atacante invisible en el interior del país se ha dado por la imprudencia de su gente, quienes no acostumbran a vivir encerrados a la espera de que la bolsa del diputado, alcalde o alguna institución, les resuelva el sustento.
El hombre del campo tiene que salir a ver su huerta, cuidar su ganado, él en la mayoría de los casos es autosuficiente, pero con el Covid19, no asimilan cómo en medio de la vegetación y fauna se pueden contagiar.
La pasada cuarentena para ellos es sinónimo de gente haragana, que no quieren trabajar, contrario a su cultura inculcada por sus ancestros de que el hombre del campo es el que lleva el sustento a la casa.
Al final, observamos la ignorancia del hombre moderno que tiene que adaptarse a las reglas
impuesta por las autoridades de Salud, a fin de garantizar su bioseguridad; y por otra la del hombre del campo que considera la cuarentena como una medida que su alcance a ellos no les afecta por la interacción con la naturaleza.
La reflexión que nos deja esta pandemia es que el panameño del campo y la ciudad debe
comprender que el Covid19 no lo transmiten animales, sino humanos y su convivencia en diferentes escenarios debe darse guardando las medidas, porque así como llegó la tuberculosis a Tierra Plana, así mismo llegará el Covid19, un asesino invisible.