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El reto de no traicionar la memoria

Por: el licenciado Dionel Salazar

La Universidad de Panamá, fundada en 1935, no nació únicamente como un centro académico: desde sus inicios fue un espacio cultural y político, semillero de pensamiento crítico y de luchas sociales. La conquista de la autonomía universitaria en 1946, tras la expulsión del catedrático Felipe Juan Escobar, marcó un hito que fortaleció la organización estudiantil y abrió camino a la participación activa de los estudiantes en la vida nacional.

Desde entonces, el movimiento estudiantil universitario se convirtió en un actor decisivo. En 1947 rechazó el Tratado Filós-Hines, que pretendía extender la presencia militar estadounidense en Panamá. En 1958 levantó la bandera de “Más escuelas y menos cuarteles”, en defensa de la educación. Y en enero de 1964 fue protagonista de la gesta patriótica por la soberanía en la Zona del Canal, en la que decenas de jóvenes entregaron su vida.

En los años 90 y 2000, los estudiantes resistieron los intentos de privatización de la educación y denunciaron la instalación del Centro Multilateral Antidrogas (CMA). Cada generación ha dejado huellas, mostrando que la universidad es más que aulas: es conciencia crítica del país.

En tiempos recientes, el movimiento demostró que sigue vigente. En 2023, organizaciones como el FER-29, MJP, PAT y otros articularon la Coordinación Nacional de Estudiantes Universitarios (CNEUP) para enfrentar la amenaza de la minería metálica. Durante más de un mes mantuvieron un campamento en la Universidad de Panamá, acompañados por barrios populares como Viejo Veranillo, y se posicionaron como parte activa de la resistencia nacional contra el contrato minero.

Ese proceso abrió la puerta a una nueva etapa: la Coordinación se transformó en base para una alianza que en 2024 conquistó la Federación de Estudiantes de la Universidad de Panamá (FEUP). Esta victoria mostró que la unidad es posible, incluso después de años de divisiones internas y disputas electorales.

Sin embargo, el triunfo también plantea riesgos y responsabilidades. El primero es la formación de nuevos cuadros. La casi desaparición del movimiento estudiantil secundarista, que históricamente nutría de liderazgos a la universidad, dejó un vacío generacional. Hoy, los estudiantes deben aprender a formar a sus militantes en teoría, ética y estrategia, o corren el riesgo de repetir ciclos de desgaste.

Otro reto es no perder el equilibrio entre la gestión institucional y la acción de calle. Estar al frente de la FEUP es un logro, pero puede convertirse en trampa si el movimiento se burocratiza y se limita a administrar. La representación debe estar al servicio de las luchas sociales, no sustituirlas.

También es clave reforzar la alianza con las comunidades. La experiencia de 2023 demostró que cuando estudiantes y pueblo luchan juntos, la incidencia crece. Mantener ese vínculo dará legitimidad y sostenibilidad a las batallas venideras.

Finalmente, el movimiento estudiantil debe trascender la lógica de reaccionar ante coyunturas y construir una agenda estratégica de país. Educación pública de calidad, democracia universitaria, soberanía nacional y justicia social son temas que reclaman propuestas concretas.

La Universidad de Panamá sigue siendo un semillero de futuro. El desafío está en transformar la memoria en acción, la indignación en propuesta y la unidad en un proyecto de país. Solo así, la UP podrá seguir cumpliendo su papel histórico: ser LA CONCIENCIA CRÍTICA DE LA NACIÓN.

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