Por Luis Montero
Como ya sabemos la ética se preocupa del origen, las motivaciones esenciales y la estructura lógica orientan la conducta humana. La ética como disciplina filosófica se preocupa de lograr las abstracciones o conceptos esenciales que causan los escenarios morales más concretos.
Los conocimientos éticos deben fundamentarse por supuesto en la investigación objetiva y racional de las reglas morales que orientan el proceder humano y, como la ciencia, busca teorizarlas. Casi salta a la vista que la ética tiene como tarea final la construcción de una moral universal cuyos principios todos podamos comprender, consensuar y practicar. La utilidad de ello será imponderable.
Pero mientras esto ocurre como tendencia teleológica, la ética tiene tareas mucho más prácticas en miras a la solución de problemas ocurrentes en los diferentes escenarios creados por la humanidad.
Sin duda que una de las aplicaciones prácticas más importantes de la ética es la Deontología. Como la Filosofía y la ética en general, la Deontología tiene dos grandes tareas: Comprender y aplicar. Las tareas de su comprensión son conocer los deberes, principios de las profesiones.
Las tareas de su aplicación son, una vez determinados esos deberes y principios, perfeccionarlos, darles lógica (jerarquía normativa) y codificarlos. Dentro de los campos de la Filosofía, la Deontología es relativamente reciente, pero, sin duda exitosa por sus aportes al ordenamiento de la conducta de los individuos en sus profesiones y oficios laborales. Los planteamientos de su ámbito de responsabilidad fueron dados por primera vez por el filósofo inglés Jeremy Bentham.
La deontología, si bien establece la teoría y las normas de responsabilidad dentro de las profesiones, oficios y ámbitos laborales, también aclara y/o establece los términos éticos de las relaciones externas con la sociedad. Si bien la Deontología estudia también la moral y la normativa vigente de las profesiones y oficios, sus responsabilidades van mucho más allá de ello, pues es quien debe proponer las adecuaciones conductuales y normativas consecuentes con los cambios socioculturales y científico-técnicos que van presentándose en el devenir.
Así pues, la deontología debe ser dialéctica y dinámica, aunque exista la creencia de que los códigos éticos bien elaborados no deben requerir cambios a plazos cortos. La obra maestra de los deontólogos son los códigos y los manuales éticos y normativos para profesiones y oficios, función en la que compiten o pueden acompañarse con abogados y especialistas en recursos humanos. Pero, aunque no existan códigos éticos explícitos para profesiones y oficios, suelen existir tanto principios y normas morales como normativas legales generales que regulan la conducta de los individuos dentro de las profesiones y oficios.
En nuestro país hay solo algunas profesiones y oficios para cuyas prácticas existen códigos de ética. El relajamiento de nuestra sociedad en la elaboración de tales instrumentos es cónsono con la tremenda debilidad que se tiene en la fiscalización del cumplimiento de las responsabilidades públicas y entre entidades civiles.
Así, al no contar el Estado y la sociedad civil con las políticas y las estructuras de fiscalización requeridas para que se cumplan las responsabilidades profesionales y, como consecuencia las institucionales, no se están construyendo las codificaciones ético profesional al ritmo de las necesidades actuales.
En otros casos las codificaciones éticas existen, pero no se cumplen y en mayoría de casos ni siquiera se identifica la necesidad de contar con tales normativas. El punto es que todo ello facilita que un porcentaje importante de profesionales, técnicos, y administrativos del país se hayan ubicados en su “zona de confort”, es decir que realizan su actividad laboral cumpliendo un mínimo de actividades usuales o “cotidianas” sin adaptarse a los cambios y exigencias de la época.
En la “zona de confort” no hay actitud de actualización en la formación, o de aplicación de lo aprendido en los cursos a que casi nos vemos obligados a asistir. Tampoco hay actitud de investigación ni de mejoramiento de las condiciones administrativas y de la manera de hacer las cosas. Los profesionales, técnicos y administrativos hacen más de lo mismo y toman de mala gana los cambios y las nuevas exigencias.
En Panamá este fenómeno afecta sobre todo a la administración pública donde no se cumplen muchos de los objetivos institucionales debido a que el funcionariado directivo, profesional y técnico hace lento o insuficiente e ineficaz el funcionamiento de las instituciones.
Al aceptar las tentaciones de la zona de confort, gran cantidad de administrativos, profesionales y técnicos, sobre todo funcionarios públicos, faltan a la ética profesional (estén o no este definidas en códigos éticos) cuando dejan de cumplir con sus respectivos deberes. Los ejemplos más preocupantes se encuentran en las instituciones de carácter social.
El Autor es profesor de la Universidad de Panamá