Está amaneciendo, recuerdo la paz de su rostro, hacía frío, solo éramos ella y yo en el medio de la nada, se podía escuchar el sonido del viento como mecía las copas de los pinos, daba una sensación entre tristeza y alegría.
A decir verdad la escena era inverosímil, estaba allí en una cabaña con la mujer ideal.
Antes que despertara aproveché para detallarla… Su cabello, sus manos, sus senos, sus caderas, ella estaba desnuda en posición fetal.
Con cuidado me acomodé a su lado, el calor de su cuerpo me transmitió tranquilidad, acaricie su mejilla, luego la besé en la frente, sin darme cuenta puse mi mano en su vientre, mis manos temblaban, mi corazón se aceleró, se podía escuchar en toda la habitación.
Se me dificulta utilizar palabras para expresar lo que sentía en ese momento, es como describir el olor que flota en el ambiente después de la lluvia, una brisa marina o un bouquet de flores en abril. Ambrosía pura.
Dudaba si seguir disfrutando del momento o despertarla, sin esperarlo ella despertó, me dio los buenos días con un beso. Un beso que se transformó en una especie de descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo.
Entre caricias y besos ella se estremecía como una adolescente experimentando un orgasmo de piel… Lentamente, recorrí su cuerpo hasta sentir la humedad de su entrepierna mientras ella jugaba con los mechones de mi cabello.
Entre gemidos y caricias nos sorprendió el alba, esa fue la última vez que estuvimos juntos.
Los amores son tan distintos, hay algunos que duran para toda la vida, hay otros son efímeros como un copo de nieve, pero eso no quiere decir que sea menos intenso. El amor puede ser infinito.
En algo tan pequeño como la una partícula de un átomo pueden existir un sin número de infinitos, lo digo yo, lo dicen las leyes de la física.