El 16 de julio de 1945, Robert Oppenheimer, esperaba impaciente el resultado de la prueba de la primera bomba atómica de la historia.
Recientemente, se cumplieron 78 años, desde que aquel célebre hombre citara textualmente una línea del diálogo entre Vishnu y un príncipe, en el sagrado texto hindú del Bhagavad Gita: “Ahora, me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
Estos 78 años nos ofrecen una gama de preguntas y respuestas; quizás la interrogante más profunda sea la de sí ¿realmente hemos tenido paz, durante todos estos años?.
La bomba atómica, de Oppenheimer es una cadena de una serie de acontecimientos que inician por el tangible e irrefutable hecho de que su invención dio el golpe definitivo para acabar con la guerra más nefasta y atroz en la historia de la humanidad; la segunda guerra mundial.
Sin embargo, las inevitables dudas que se esparcieron como una onda expansiva radioactiva, hace una alegoría del famoso dilema moral, del tranvía, el cual nos plantea la incómoda situación de elegir dos opciones, una persona o un grupo de personas atadas a los rieles; una decisión con un final dual fatídico, donde penosamente el escenario más viable sea el pragmatismo utilitarista de tomar la decisión que favorezca a una mayoría en perjuicio de una minoría. Este dilema moral es la gran paradoja que marcó la dualidad en la vida, no solo de Oppi, sino de la humanidad.
Donde un acto de destrucción, fue al mismo tiempo uno de creación; uno de guerra y uno de paz. Y esto, solo me hace recordar, las sabias palabras del célebre, Carl Gustav Jung: “A veces, necesitas hacer algo imperdonable, para seguir viviendo”. Alargar el tiempo de vida, no de una nación, sino de toda una civilización, es un costo con un precio muy alto que pagar. Uno cuyo legado puede llegar a ser un calvario, una paradoja de luces y sombras.
Casi 80 años después de ese mundo caótico y apocalíptico, existen muchas similitudes con el contemporáneo. Retornaron los debates sobre militarización, disuasión nuclear y carrera armamentista; lo cual sigue generando dudas e incertidumbres donde reina la inestabilidad diplomática de las relaciones internacionales.
Esta historia debe ser una advertencia sobre errores cometidos, en cuanto al uso indebido o desmedido, de la ciencia y la tecnología. Debe ser una señal del inminente futuro distópico que nos vigila cada día y nos recuerda la gama de horrores que puede destilar.
Quizás hoy es momento de evitar la profecía de Einstein, de que la cuarta guerra mundial se pelee con piedras y palos, haciendo alusión a que la guerra mundial, dejaría a la civilización en un estado de destrucción total, que nos haría retroceder miles de años de evolución, por lo cual retornaríamos a un estado sociológico de primitividad.
Por ello, es imperativo recordar el gran discurso del premio Nobel de literatura del año 1957, Albert Camus: “Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo, pero su tare es quizás mayor; impedir que el mundo se destruya”.
Reconozco la sabiduría antigua de nuestros ancestros y reafirmo la cita del Bhagavad Gita, respaldada por el Eros y Thanatos freudiano, acerca de la naturaleza creadora y destructiva que dice: “Todos los seres humanos nacen en la ilusión, la ilusión de la división procedente del deseo y el odio” Sin embargo, si existe esta división, significa que existe un muro que puede ser derrumbado y en el cual se puede colocar un puente, que nos permita reducir las brechas y por ende, convertir la ilusión de la división, en una realidad de unión.
Esta es una ardua tarea que requiere de voluntad, de la convicción de que debemos construir más puentes y menos muros, ya que como decía Bertrand Russel: “Lo más difícil en la vida es aprender, que puede hay que cruzar y qué puente hay que quemar”.
Hoy, es un día para pensar como especie, para mirar al enemigo y la sombra interna; aquel que susurra que somos diferentes; que estamos todos juntos compartiendo un solo espacio y que no podremos seguir compartiendo juntos en él, si no trabajamos unidos para salvarnos y preservarnos.
Necesitamos encontrar un punto en común; uno que nos devuelva la esperanza y la convicción de que un futuro a salvo esta en la colaboración, basada en la confianza y el altruismo. Andrés Millares El autor es psicólogo y docente