Por Julio Moltó, ministro de Comercio e Industrias
Cuando el presidente José Raúl Mulino nos compartió su visión de abrir y acercar a Panamá al Mercado Común del Sur, comprendí que no hablaba únicamente de un acuerdo comercial, sino de una idea de país.
El presidente no ve la política exterior como un trámite ni la economía como un conjunto de cifras; la entiende como una herramienta para generar oportunidades para los panameños, fortalecer la producción y la inversión, y devolverle al país su reconocimiento y su rumbo.
Esa visión nos trazó el camino hacia el MERCOSUR. Desde el principio comprendimos que este no era solo un desafío técnico, sino también humano, ya que, más allá de los documentos y las negociaciones que correspondían, lo que estaba primero era nuestra gente: la que produce, la que trabaja, la que sostiene con su esfuerzo silencioso a este país todos los días.
Debo reconocer el enorme esfuerzo del equipo de negociación del Ministerio de Comercio e Industrias, así como el apoyo de la Cancillería, para cumplir con todos los protocolos que este acuerdo implicaba en menos de seis meses. Pero también era necesario recorrer el país y explicar a nuestros sectores productores e industriales en qué consistía nuestra adhesión al MERCOSUR como el primer Estado asociado no suramericano.
Caminamos el campo y conversamos con quienes sostienen la producción nacional. Muchos productores nos recibieron con cautela. Algunos nos dijeron con franqueza: “Es la primera vez que un ministro de Comercio se sienta a escucharnos”. Otros, con la sinceridad que caracteriza a nuestra gente, nos confesaron sus reservas: “Nos preocupa competir con países tan grandes, con producciones tan fuertes. ¿Cómo protegeremos lo Hecho en Panamá?”.
Escucharlos nos ayudó a afinar nuestras estrategias y a tener claridad de que el verdadero desafío no estaba solo en firmar un acuerdo, sino en demostrar que se puede crecer sin dejar atrás a quienes hacen grande a Panamá. Cada productor, cada artesano y cada pequeño empresario que nos abrió su casa, su taller o su fábrica nos recordó por qué hacemos lo que hacemos. El país no se construye desde un escritorio: se construye desde la tierra, desde la gente y desde el trabajo.
Antes de que el proyecto llegara a la Asamblea Nacional, y por sugerencia del presidente Mulino, impulsamos algo sin precedentes: recorrimos el interior del país en un ejercicio inédito de transparencia y difusión, junto al Ejecutivo a través del MICI y el MIDA y la Asamblea Nacional, en un proceso de consultas amplio, respetuoso y plural. Recorrimos provincias, escuchamos a los gremios, atendimos preocupaciones y explicamos que este acuerdo no implicaba abrir mercados sin protección, sino abrir oportunidades con visión. En esas jornadas, diputados de distintas bancadas participaron con un mismo propósito: garantizar que la voz del campo estuviera representada en nuestras decisiones.
Esa etapa fue crucial. Por primera vez, el Ejecutivo, los productores, los diputados, los técnicos y distintos sectores caminamos bajo una misma idea: pensar en Panamá por encima de las diferencias. Y eso, más que un logro administrativo, fue un signo de madurez nacional.
Recuerdo con claridad el día en que la Asamblea Nacional aprobó por unanimidad el acuerdo que formaliza la adhesión de Panamá al MERCOSUR. Pensé en quienes al inicio tenían dudas, en los técnicos que revisaron cada palabra y en toda esa gente que, más que pedir promesas, lo que quería era que el país echara para adelante. Ese día me quedó muy claro que la confianza solo se construye con transparencia y que, cuando un país se escucha a sí mismo, es capaz de lograr cualquier meta.
Panamá se convierte en el primer Estado fuera de Suramérica en incorporarse al MERCOSUR como Estado Asociado. Más allá del título, lo que realmente significa es que Panamá se presenta ante el mundo como un país estratégico para el intercambio, la facilitación del comercio y la integración regional, apoyado en su plataforma logística y de servicios.
Este proceso reafirmó una verdad sencilla: los acuerdos duraderos no se imponen, se sostienen. Y se sostienen escuchando, respetando y compartiendo esperanza.
Por eso, al mirar atrás, no veo solo un documento: veo un país que decidió creer otra vez en sí mismo; un país que entendió que la apertura no implica rendirse, que crecer no es únicamente competir contra otros, sino superarse cada día; y que, cuando la gente se siente escuchada, el país se mueve, produce y vuelve a creer.
Panamá está levantándose con la fuerza de su gente y, si algo dejó este recorrido, es la certeza de que las mejores decisiones no nacen en un escritorio: nacen cuando se mira a los ojos a la gente y se escucha con humildad.
Con mucho orgullo, este mes de diciembre el presidente Mulino formalizará su visión y, representando a todos los panameños, entregará el acuerdo ratificado por la Asamblea Nacional en la Cumbre del MERCOSUR en Brasil, porque solo así, escuchando y con visión, un país logra avanzar.