Tic-tac, tic-tac, tic-tac, el viejo reloj de manecillas de la sala de espera marca las 5 y 25 p.m., en el lugar hace un frío desgarrador, sentado en una silla incómoda aguardo que la enfermera me avise que pase al consultorio donde me van a extraer una muestra para un examen.
Un ¡toc, toc!; rompió el silencio del lugar… Entra una pareja que aparenta ser novios, entra a la clínica, ella lo mira, él estaba pálido como si tuviera ictericia.
Al ver que él no se decide a hablar, ella toma la iniciativa, le pregunta a la recepcionista “hacen pruebas de embarazo”. La chica podría tener unos 22 años y él unos 26… Se notaba inseguro, el solo hecho de estar allí lo incomodaba.
La joven se notaba nerviosa o decidida a saber si estaba embarazada o no, a diferencia del tipo. A los ventitantos, cuando abrir la primera prueba de embarazo, recuerdo que estaba nervioso, temeroso.
Cuando abrí el sobre del laboratorio el corazón me latía a mil, independientemente si salía negativa o positiva la prueba. Al ver que era negativo, el embarazo puse inconscientemente un rostro de decepción. Mi novia rompió a llorar al pensar que estaba esperando un hijo. En ese momento entendí que ella y yo no teníanos futuro.
En la actualidad comprendo que fui víctima del estereotipo de la llamada “Manic Pixie Dream Girl” o la “Chica maniática de ensueño”. Esto es cuando los hombres idealizamos a una mujer.
Este cliché es alimentado hasta la saciedad por Hollywood para encarnar en una sola persona todos los atributos de personalidad y belleza que los hombres inseguros anhelan en una mujer.
El amor es muy diferente al que describen los clásicos como Romeo y Julieta, es algo que se siente y punto, no puedes evitarlo y tampoco puedes obligar a nadie a que te quiera.