Desde hace muchos años dejé de apreciar las fiestas de fin de año, prefiero escuchar música o dormir temprano.
Para estos días me siento como Jesús Pérez, el personaje central de “La vida inútil de Pito Pérez”, la novela del escritor mexicano José Rubén Romero.
El autor en su obra retrata una serie de críticas a la sociedad mexicana posrevolución.
Pito Pérez es un vagabundo que desprecia a la clase pudiente, que huyó de su pueblo natal Santa Clara, por un desamor, para ir de tumbo en tumbo enredándose en lo que podemos llamar relaciones tóxicas.
Entre líneas se puede leer que el amor es la causa de las desgracias del protagonista.
La nochebuena estaba releyendo “Las intermitencias de la muerte” de José Saramago, cuando de pronto escucho un toc-toc, algo impaciente.
Abro la puerta eran los vecinos de al lado. Me felicitan efusivamente, la verdad había perdido la noción del tiempo en la lectura.
Sin poder negarme me sacan de la casa, venga salude un ratito… Ponen una silla a mi disposición, tenían música navideña del Gran Combo.
Desde niño tengo una mala maña de guardar silencio y mirar al suelo, cuando me concentro en un tema de importancia.
Estaba perdido pensando en no sé qué cosa, cuando siento la fragancia Euphoria, levante la mirada y me percato que tenía unos pechos 96 a milímetros del rostro.
“Hola me llamo, Maricarmen”. Por instinto la detallé con la mirada, para mi sorpresa la mujer de unos 38 a 43 sonríe mientras me dice “¿qué calificación me das?”. Como comprenderán me sentía súper apenado…
Resulta que Maricarmen es amiga de la vecina.
Entablo una conversación para desviar la tensión del momento.
Al notar que la trataba de esquivar me sale con ¿así que tú eres el perro sin dueña? (Un perro sin dueño es callejero, en el mejor de los casos logra encontrar sobras de comida en la basura).
El comentario me irritó sobre manera… Me levanté sin la mayor diplomacia y me retiré.
Cuando iba a meter la llave en la cerradura, la vecina viene a disculparse con algo de comer.
No sé el por qué las mujeres piensan que, con comida, un beso y sexo, se solucionan las cosas.
Para no ser grosero acepté el plato… Maricarmen con dos copas de vino también me presenta sus disculpas.
Solo respondí con OK. Antes que la puerta se cerrara metió el pie y entró a mi casa.
¿No pensabas invitarme a pasar?, a lo que le repliqué: Pues no.
Se sentó en mi sala y comenzó con una descarga de argumentos: “Mira sabes que tu vecina me ha contado que se ha mojado pensando en cómo besas o lo haces…
Que más de una vez se ha imaginado que tú eres el marido para no quedarse con las ganas cuando él hace gala de su rapidez en la cama”.
Solo asentí con la cabeza con algo de asombro.
“A nosotras las mujeres nos atraen los machos alfa, continua… “nos gusta que nos cabalguen con firmeza, pero por alguna razón la mayoría terminamos enredadas con todo lo contrario a eso”.
¿Tú aspiras a ser uno de ellos, te has enamorado del amor, pero no de una mujer?, pregunta.
“A ese tipo de hombres le pagamos la atención y el sustento económico con algo de sexo… Pero en el fondo queremos comernos a un perro sin dueña”.
Dice que las mujeres me ven como el candidato perfecto para un Amor de Verano.
¡El amor de verano es solo eso, una relación pasajera que solo dura dos o tres meses y en la que no hay presiones ni malentendidos, pues ninguno de los dos asume el compromiso de mantener contacto más allá de las vacaciones!
Al finalizar de ese monólogo, se subió a la mesa, puso su derrier sobre la novela de Saramago, cuando se soltó los dos primeros botones del vestido ceñido rojo que tenía.
“¿Sabes? abajo no tengo ropa interior y desde que entré me tienes empapada de solamente ver esa carita de yo no fui”, “dame mi regalo de navidad papacito”.