En una zona pantanosa a tres kilómetros de la comunidad extramuros y más allá de Calidonia, se gestó Bella Vista en los albores del siglo pasado.
Era 1913 cuando el predio quedó delimitado, al norte por el puente sobre la quebrada Tumba Muerto, ahora Matasnillo, al este con la playa Los Cocales bordeando la bahía de Panamá y al sur con el camino de Las Sábanas, hoy calle 42.
En su inicio, los terrenos fueron propiedad de la Compañía del Canal de Panamá de Estados Unidos, constructora de la vía interoceánica, que inició el desarrollo rellenando áreas pantanosas.
En 1911 los terrenos fueron adquiridos por el comerciante español, José María G. Sierra y vendidos al inglés, William George Gillingham.
En 1914, Gillingham traspasó la finca a la empresa Panamá Land and Developing Company, representada por Arturo Müller y Eric Barham.
Entre el 1914 y el 1916 se parcelaron y se vendieron los terrenos.
En febrero de 1917 el Gobierno Nacional procedió a resarcir a la compañía inmobiliaria con $36,213.50 tras el reclamo por la construcción de la infraestructura. Era presidente, Ramón Maximiliano Valdés.
Este proceso continuó hasta finales de 1918 cuando el estadounidense Minor Cooper Keith adquirió el resto de la finca de unas 50.5 hectáreas por un valor de $126,160.34. Eso fue a unos $4 por metro cuadrado.
En marzo de 1920, Edmund George Ford, en representación de Keith, entregó las calles públicas, parque, sistema de acueductos y alcantarillados.
La vista bella de Bella Vista
Hacia 1925 Bella Vista se volvió un atractivo para la clase acomodada panameña cuyos recursos permitieron dar armonía al barrio.
Fueron los primeros residentes recordadas figuras como Carlos A. Mendoza, Ricardo Bermúdez, Ricardo J. Alfaro, María Ossa de Amador, Rodolfo Chiari y personajes de apellidos como Heurtematte, Lewis y Pacheco.
Provenientes de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, familias con vínculos laborales con el Canal de Panamá se sumaron a esa próspera comunidad.
En 1927, un comité de embellecimiento presidido por Joaquín José Vallarino se inspiró en dar mayor esplendor al área.
El recordado decano de la arquitectura nacional, Samuel Gutiérrez describe Bella Vista como nadie, “un amable urbanismo: amplias avenidas y calles arboladas, casas con techos de tejas, arcos en puertas y ventanas, discretos balcones, rejas decorativas de hierro, y una aplicación extensiva de detalles arquitectónicos a manera de vestidura estilística, como era corriente en esa época”.
Como si la belleza del Casco Antiguo se hubiera contagiado por el barrio de La Exposición y alcanzara el corregimiento que justificó su nombre.
En los años de 1950 llegaron al barrio comercios, modificando su aspecto y en 1960 los espacios residenciales empezaron a combinarse con edificios de departamentos.
Destacan los edificios ‘Sousa’ e ‘Hispania’, vecinos del Parque Urracá que fueron construidos por Julio N. Sousa y Ricardo J. Alfaro, en cuya planta baja aún se resguarda el archivo histórico del conocido estadista.
Fueron diseñados por Wright & Schay con conceptos similares.