Siempre he respetado las relaciones formales (mías y de los demás), veo la exclusividad desde otro punto de vista, no algo obligado sino que la practico por amor.
Tengo por costumbre no interrumpir la relación de otros por un simple deseo.
Hace algún tiempo acudí a una pequeña reunión de un conocido que vivía relativamente cerca de mi casa.
Era una reunión normal, entre cervezas, vino, licor y música… A eso de la medianoche una de las asistentes que llegó muy agarrada de su esposo, se sientio algo mal, por lo que se dirigió al baño.
De pronto se escucharon gritos… Resulta que su amado esposo estaba dentro del baño con la hermana de la dueña de la casa. La fiesta acabó en menos de cinco minutos, cuando salí del lugar la observé tomar un taxi.
Camine las cuatro calles a mi casa, en eso me dio ganas de fumar, por lo que decidí encender un cigarro antes de dormir.
La noche estaba iluminada por una luna llena, corría brisa, no se escuchaba ningún ruido. Estaba parado en la esquina de mi barrio con un cigarrillo en la mano, de pronto escuché el motor de un vehículo, de él se abaja una mujer, sin zapatos, corriendo algo desorientada.
El carro aceleró al verme y se perdió entre la tranquilidad de la noche.
En eso la frase “El diablo viste de mujer” cobró más vida.
“Oye tú viste lo que pasó donde Maritza”, Si más o menos respondí. Llame un taxi y tras esperar una media hora.
“Te he visto otras veces”. Así eso creo, traté de responder lo más cortante que podía.
Claro que la conocía. La primera vez que la veía tenía una blusa un minifalda y unas zapatillas… Como era de madrugada la deje entrar, busque unos pañuelos desechables para que se limpiara el maquillaje corrido del rostro.
Mientras se limpiaba me dijo “te recuerdo por qué me mirabas el trasero disimuladamente. Eso me llamo la atención, me diste la impresión que no eras como la mayoría”.
Me hice el desentendido y le respondí que debería tener una toalla para qué se secará el cabello que se mojó mientras estaba en el lavamanos.
Cerré la puerta de mi cuarto, mientras buscaba la toalla, ella entró a la habitación, miró mi mesa de noche y se sonrió.
“Oye y para qué tienes toallas húmedas en la mesa de noche”. Le dije que prefieres papel higiénico.
Abrí el primer cajón de la ropa, donde tengo condones y lubricante de sabor a fresa.
Me bajé el zíper del pantalón, ella se arrodilló para chuparmela.
Le levanté la blusa, le pasé la lengua por sus pezones mientras ella gemía.
Bajé a su entrepierna con sus piernas, me apretaba la cabeza mientras le daba placer con la lengua, luego por su clítoris.
De pronto me gritó ¡metémela!. La puse en 4 y la hice mía.
Antes que amaneciera le pedí un taxi. No sé si reconciliaron o no, es mejor, así no siento remordimiento alguno.