Tras varias semanas en casa después de una cita médica con resultados no muy halagadores, decidí salir a dar una vuelta.
Mi vecina que no es tan prudente me pregunto: ¿esta pálido, está enfermo? No quise contestar para no sentirme peor de lo que estoy. Sin lugar a duda que esta mujer , sería una buena interprete de doña Úrsula Buendía, matriarca de la trama más famosa de Gabriel García Márquez .
En este momento el malestar físico y la depresión me han afectado en gran manera. He vuelto a fumar, es lo único que me acompaña en las noches de insomnio.
Para no pensar en el futuro inmediato, el cual es incierto, he releído toda la literatura que tenía archivada en cajetas a punto de desechar.
Ni “La Paciencia Impaciente” de Tomas Borges, me calmó la ansiedad, irónicamente una vez terminé de leerlo tomé sin pensarlo “Las intermitencias de la muerte de Saramago”.
Para no pensar en todo voy por un café a un restaurante de comida rápida, cuando un predicador entra y empieza hablar del fin del mundo.
En ese instante comienzo a meditar sobre la postura de Stephen Hawking y “Los misterios de la vida”.
Stephen Hawking fue un físico teórico, astrofísico, cosmólogo británico que ual cuestionaba la vida después de la muerte y la existencia de un ser supremo.
Al terminar el café me siento en un capítulo de Hellblazer en donde John Constantine, hace lo que mejor sabe para librarse de una muerte segura.
Con la cabeza abrumada regreso a casa me tomó varios analgésicos para calmar el dolor, caigo como piedra. Al día siguiente alguien toca la puerta desesperadamente me pongo en pie para abrir.
Era Maritza, al verme me dio un abrazo, una bofetada y luego otra bofetada. Le cuento lo qué me pasa, ella rompe a llorar y me dice “eres un bobo y yo no tengo amigos bobos”.
No les contaré lo que me pasa en este momento, tal vez más adelante.
Martiza se queda todo el día y prepara la cena, mientras yo duermo en el sillón, me despierto y siento que acarician mi cabello, esta algo largo no he tenido ánimos para ir a la barbería.
Los dos guardamos silencio, mientras ella sigue jugando con mi cabello. Voy a la cama algo temprano luego de tomarme unas pastillas. Medio dormido logro ver a Maritza entrar al cuarto en toalla, se seca y se pone una tanga, estoy tan dopado que no distingo en la realidad o un sueño.
Ella me da un masaje con un ungüento por todo el cuerpo, sus pechos tocan mi piel, de ahí, lo que recuerdo es sus brazos acurrucándome como si fuera un bebé.
A la maña siguiente Mari me acompaña al médico para buscar el resultado de unos exámenes.