Por: Orison Cogley, abogado.
Soy abogado, no tomo decisiones jurisdiccionales, pero soy quien argumenta y le brinda la información necesaria a la autoridad que decide.
Mi trabajo lo hago con apego a las leyes, con la diferencia que no tengo abogados ni asistentes que me preparen proyectos, que me ayuden o me guíen sobre lo que debo decidir o decir.
Tampoco tengo dos abogados de mi especialidad o nivel que revisen y reafirmen mi postura, mucho menos ocho compañeros que firmen conmigo en caso de temas constitucionales.
Todo lo tengo que hacer yo solo, utilizando la ley y mi voz, en el justo tiempo en que se desarrolla la audiencia, es decir, al momento o instante, porque en el sistema penal acusatorio prima la oralidad, excepto para las decisiones de la Corte Suprema de Justicia que lo siguen haciendo por escrito y sin límites de tiempo para decidir.
Defendiendo los intereses y derechos de mis clientes, asistiendo a las audiencias en distintas sedes de los tribunales de garantías, juicios, apelaciones y cumplimiento, lo cual hago por mis propios medios de transporte, es decir, mi auto propio, en taxi o en uber, si no hay estacionamiento (casi nunca hay).
Muchas veces me toca caminar un buen trayecto desde donde puedo aparcar para poder llegar de una manera puntual al tribunal y evitar una amonestación, multa o sanción sin escoltas bajo el sol, lluvia, sereno, porque también trabajo de noche, siempre bien vestido, con saco y corbata por respeto a la profesión y al tribunal.
No lo hago desde un tribunal con auxiliares que preparen la sala, verifiquen la presencia de los intervinientes, hagan las grabaciones y tengan todos los elementos necesarios hasta que puedan decirme que todo está listo para sentarme a escuchar y tomar una decisión, todo lo cual se hace sin temor a represalia, castigo o amonestación, porque si inician tarde la audiencia solo se debe pedir disculpas.
Tampoco me asignan vehículos de alta gama con combustible gratis, choferes y escoltas, ni mucho menos luces de sirenas que despejen el paso cuando hay tranques que retrasen mi desplazamiento. Se me olvidaba que quienes deciden no se trasladan en los tranques.
El Estado no me da un presupuesto para que mi oficina funcione. Tampoco me da la potestad para darme yo mismo un aumento salarial porque no tengo un salario.
Por el contrario, debo gestionar yo mismo el cobro de los honorarios con mis clientes, facturar, contratar un contable que lleve el registro de mis finanzas y que declare los impuestos producto de mi trabajo. Porque no tengo un departamento de recursos humanos, contabilidad, finanzas, presupuesto, auditoría interna o algo que se le parezca.
Yo trabajo solito para demostrar que mi cliente es inocente y defenderlo del enorme aparato estatal que cuenta con fiscales de todas las especialidades, trabajando a todas horas con la disposición de policías, investigadores y peritos para demostrar que mi cliente es culpable.
Pero por encima de todo y más allá de las múltiples vicisitudes que aún me quedan por enumerar, YO NO TENDRÉ UNA JUBILACIÓN ESPECIAL.