Hace dos meses y unos días escribí mi última columna, los dos últimos fueron escritos por una mujer.
Aclaró que no me quede sin base para escribir. No es eso, solo que ya no deseó hacerlo, pero en medio de una discusión dio pie a este artículo.
Hace unos días saludé a una chica con la cual tuve un affaire, su respuesta fue algo visceral.
“No me saludes, anda, vete con tus perras, esas perras con las que te revuelcas”.
La verdad hasta donde recuerdo jamás le prometí nada que no pudiera cumplir. Siempre fui claro en que era una relación. Nunca la presente a nadie, nunca conocí a sus amigos, nunca la llevé a mi casa, nunca ella visitó la mía.
Ahora no digo que soy un santo, creo que soy todo lo contrario.
Tuve mis razones para comportarme o ser un mujeriego, perro sin dueña, bastardo -son algunos de los insultos que me han dicho-.
Al principio, si tuve miedo al compromiso, no me sentía listo. No quería ese tipo de responsabilidades, no quería peleas, discusiones u otra cosa.
Disfrutaba mucho la pasión, pero no quería involucrarme con gente que no le caes bien solo por tener pareja.
Las veces que intenté tener una relación -en todo me encontré con alguna tóxica, con algún problema emocional-
Cuando un hombre tiene una ruptura amorosa, sufre más que la mujer, sobre todo cuando juegan con sus sentimientos, algo que no es fácil de expresar debido a que una mujer no acepta que un hombre exprese sus sentimientos.
Las mujeres dicen que quieren un príncipe azul, atentó y bla bla, pero en la realidad quieren ese HP que solo les quiere dar y no consejos.
Algunos días después de toparme a esa mujer, me escribió por Instagram para enviarme una foto en cachetero. La dejé en visto por lo que gané otro alago de parte suya.
Ya no me agrada este tipo de encuentros, ahora prefiero dedicar mi tiempo a leer, escuchar música, ir al cine con una amiga. Es decir, dedicarme tiempo a mí.