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Los senderos del bibliobús

La Chapa, Carriazo y Juan Gil (Panamá Este)

Algo tan básico como no comprender lo que se lee es uno de los principales obstáculos a los que se enfrentan los estudiantes panameños. El bibliobús de la Biblioteca Nacional de Panamá es una herramienta con programas que luchan contra esta deficiencia

Por Dayana L. Rivas Ch.

La encargada del bibliobús, Anayansi Barrantes, vuelve a revisar su cuadro de trabajo mensual. Antes del mediodía debe haber desarrollado su plan de promoción de lectura en aquellas comunidades en las que los niños no tienen acceso a bibliotecas.

Entre las escuelas que debe visitar están La Chapa, Carriazo y Juan Gil. Para poder cumplir con la agenda dispuesta, la hora de salida desde el Parque Recreativo Omar Torrijos no debe superar las 7 de la mañana.

Justo por la falta de recursos que enfrentan estos estudiantes, sus docentes han creado una dependencia a herramientas de apoyo educativo, como es el caso del bibliobús.

En esa mañana (que puede ser un día cualquiera de Anayansi y el señor Carlos), el camión lleno de libros se aleja de los rascacielos, en media hora pasa por los barrios de la periferia y pronto las orillas de la carretera dejan de ser edificios para darle paso a la vegetación.

El cielo estaba nublado.

—Tenemos que salir de allá antes que caiga ese aguacero, avisa el conductor.

Mientras más avanzaba el vehículo, más árboles poblaban el paisaje. A lo lejos, la masa verde se presentaba imponente. Uno se olvida de que se está en el distrito capital.

—Vamos a donde está esa última montaña, informa el chofer a quienes por primera vez participaban del recorrido.

Cerca de la 8 de la mañana el bibliobús subió una pendiente empinada y bajó hasta la orilla de un río e hizo sonar su bocina. Segundos después, niños entre 6 a 12 años cruzaban corriendo un puente colgante, acortaban paso por un sendero de tierra y llegaban a la biblioteca móvil.

—Se sacuden el lodo de los zapatos, grita Anayansi, procurando que las alfombras de su herramienta de trabajo salgan lo más limpias posible de esta primera jornada. Después de esta parada, tocaba pasar Carriazo y Juan Gil, otras dos escuelas multigrado del área Este de la capital panameña.

En ese momento inicia el proceso de entrega y renovación de préstamos. Anayansi revisa las tarjetas de control que hay en cada libro que le entregan, las marca y los usuarios buscan otro ejemplar entre los anaqueles repletos de literatura infantil y juvenil.

El procedimiento es muy distinto al utilizado en cualquiera biblioteca automatizada de esta era, donde con un escáner y unos “clicks” se lleva la información de los préstamos directo a la computadora.

De hecho, aunque el resto del distrito las computadoras son algo cotidiano para muchas personas, para los niños de La Chapa sigue siendo algo conocido porque todos hablan de ellas pero ajenas a su día a día.

No cuentan con internet y ni siquiera hay cobertura constante para la señal de telefonía móvil.

De a uno a uno van saliendo del camión y regresan por el mismo puente a la escuela que, según describen, está muy cerca del río, pero que no está a simple vista.

Ese centro educativo es uno de los 1,954 multigrados que existe en todo el país. Lorena Castillo es la directora y única docente de esta escuela. Única maestra por la baja matrícula, de acuerdo a su explicación.

El Ministerio de Educación implementa el mecanismo de aulas multigrado en comunidades donde hay población estudiantil pero por diversas razones como la baja matrícula, dificultades para nombrar a los docentes, entre otras circunstancias, se deba tomar la decisión de hacer responsable a un educador de dos o más grados. El caso de esta escuela tiene relación directa con lo pequeña que es la comunidad y su ubicación.

En esos trece niños, la maestra tiene estudiantes que van de primero a sexto grado (este año no hay de tercer grado), que provienen de familias cuya economía está cimentada en la actividad agropecuaria, lo que supone empleos informales en esta misma rama.

Este poblado de cerca de 60 casas, inmerso en las tupidas montañas del Este de la provincia de Panamá, está en el corregimiento de San Martín, aquella región famosa por sus balnearios.

En esa mañana, después de que cada una seleccionara su nuevo libro, se lleva a cabo el siguiente paso del programa, que consiste en la lectura de alguna obra corta. Esto estimula el deseo de leer de los estudiantes, les muestra las aventuras que pueden guardar las páginas de cuentos y novelas.

Anayansi atraviesa el puente colgante que pasa sobre el río, el mismo que usaron los niños para llegar al bibliobús, entra a la única aula de la escuela, que en esa ocasión se encuentra en penumbras. No hay luz.

En La Chapa la mañana había transcurrido sin electricidad, no había abanicos para refrescar el aula, pero no dar clases es algo que no había pasado por la mente de ninguno de los afectados. Aquello que es indispensable para las personas que viven en las ciudades, para ellos puede ser lo cotidiano.

Justo después de mostrar a los visitantes el huerto plantado por los mismos estudiantes como parte de su formación, los niños y niñas fueron llamados al comedor donde se encontraban 12 cremas servidas. Antes de inclinar las tazas a sus labios un coro elevaba una oración pidiendo una bendición. La rutina en esa mañana sin energía eléctrica continuaba como todos los días, el calor y la penumbra no interrumpió ni el desayuno.

Una vez quedaron vacíos los recipientes volvieron al aula y Anayansi comienza a contar la leyenda de Mariana del Monte. En esta ocasión narra algo panameño para citar hechos o lugares relaciones con la Ciudad de Panamá. Los niños y niñas se mantienen atentos y al final participan animadamente del análisis incentivado por la contadora de historias.

Una vez culminada la sesión, la maestra Castillo se apresura a comprometer a Anayansi a volver pronto. En lo que hablan de proyectos a corto plazo, pasan a otro salón en donde se tiene planificado montar una biblioteca. Hay algunos muebles y unos libros académicos (nada de literatura), hasta las cortinas compraron, mas tienen un nuevo reto: espantar a unos murciélagos que invaden el lugar. Mientras se resuelve esta situación la visita del bibliobús sigue siendo una prioridad.

Después de cruzar una vez más sobre el río, que ya en ese momento se vaticinaba que podía crecer con el aguacero que había empezado a caer más arriba, los pasajeros del bibliobús lo vuelven a abordar y bajan de la montaña.

Diez minutos después están en Carriazo, otra de las escuelas multigrado del sector. La parada es breve, solo ajustan las agendas para una siguiente cita y la ruta continúa.

A orilla de una vía principal se encuentra la escuela de Juan Gil, allí hay 83 estudiantes matriculados en este 2019, que son manejados por 3 docentes de grados, entre ellos tres está incluida la directora Silvia Cianca.

A diferencia de las escuelas ubicadas en el área urbana, estos tres centros educativos están en medio de un entorno rodeado de jardines bien cuidados (por los propios niños, padres y docentes), paredes limpias y bien pintadas. En el caso de Juan Gil, tras una jornada de responsabilidad social de una de las empresas más grandes del país, su fachada fue decorada con hermosos murales, además de lograr arreglos en los baños y se le proporcionaron otros insumos.

Si bien la infraestructura es importante en el proceso de aprendizaje, hay otros factores que pesan más, aseguran investigadores como la doctora Nadia De León, quien también es parte de los profesionales que han abordado junto a Julio Escobar los datos panameños sobre educación.

La brecha no se cerrará con jornadas de pintura, la receta está en las universidades, asegura Escobar, pues es donde los responsables de las aulas aprenden a educar.

Contrarrestar los resultados que miden el nivel de la educación es una tarea difícil para La Chapa, Juan Gil y Carriazo. Sin acceso a libros, ni académicos ni de literatura, algo que para cualquiera que intente instruirse es básico, ¿cómo se elevan los niveles de competencia en lectura? Ni siquiera las escuelas oficiales del área urbana se han acercado al promedio internacional y las rurales se ubican en la franja del promedio inadecuado.

Mientras los estudiosos del tema siguen haciendo sus recomendaciones y PISA, CRECER, TERCE y todas las pruebas que aparezcan continúen indicando en porcentajes comparativos la situación del sistema, los niños y niñas de La Chapa, Juan Gil y Carriazo (y muchas otras escuelas que forman parte de este programa) siguen esperando el bibliobús. Para ellos el pito del camión les suena a diversión (la maestra debe suspender sus clases regulares para que ellos escuchen cuentos) y para la maestra es una especie de conforte que viene a abrigar los esfuerzos que hace por enseñar en un lugar donde escasean los libros.

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