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Matar la esperanza para que viva el mercado

Es un sueño de los grupos de poder económicos matar la esperanza.

En términos sacramentales sería algo así: sacrificar como ofrenda la esperanza de un pueblo para darle vida al mercado como deidad.

Como parte del mismo sueño, también lo es que sus intereses se conviertan en el sentido común de las mayorías.

Así la alienación llegaría a su plenitud, reinaría la lobotomía. Muy a pesar de esa pretensión, ya las gentes no se comen el cuento de los políticos y sus asesores, ni tampoco de los expertos opinando. Ernst Bloch, gran filósofo alemán, escribió en la primera mitad del siglo pasado, todo un tratado sobre la esperanza (El principio esperanza, en tres volúmenes).

Es un libro considerado por los especialistas como la catedral y la enciclopedia de la utopía, porque de eso se trata, de matar la esperanza para liquidar la utopía, y un mundo sin utopía es un mundo deshumanizado, descarnado, horrorizado como diría Viviane Forrester, en su libro El horror económico, allí interpreta que, quienes sufren las secuelas de la economía de mercado, (donde lo no “rentable” es descartable) como el desempleo, la precariedad, ellos mismos son culpables de su situación.

Tampoco lo contrario sería cierto, en una sociedad capitalista es iluso pensar que se puede matar al mercado para darle vida a la esperanza. Como también lo es pensar en un mercado con rostro humano, ni tampoco un capitalismo sensible, de hecho, es este modo de producción el que destruye todo a su paso: a la naturaleza y la mayoría de las especies sobre la biosfera, a niveles de dudar sobre la posibilidad de vida en el planeta Tierra en un tiempo perentorio.

La idea de con el mercado, todo y sin él nada, es de vieja data y la quieren vender como nueva. Los problemas sociales de un país no se resuelven solo con el mercado, tampoco con austeridad para los pobres y opulencia para los amigos cercanos al poder; lo que se conoce como “capitalismo de amiguetes”, donde “las empresas suelen obtener ventajas a favores especiales del gobierno”.

Como bien lo diría Bloch, “el que sueña nunca quedará atado”.

Quien quiera matar la esperanza, quiere atado a las gentes, sin sueños, sin utopías y eso también es una utopía. La utopía de matar la esperanza.

Abdiel Rodríguez Reyes Doctor en filosofía y profesor universitario

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