Por: Fígaro Ábrego
Antonio iba por un camino de tierra, a ambos extremos el gigantesco herbazal, se escuchaban el estruendo de los cañones que bombardeaban el improvisado puerto. Las luces del fuego eran visibles y temblaba el suelo a medida que caían.
Una fila de soldados vestidos con harapos, algunos descalzos, con carabinas británicas y pocas municiones para enfrentar al enemigo conservador. ¿Dónde estaba? No tenía ni la menor idea.
La noche estrellada y una hermosa luna que alumbraba el mar, mientras los barcos se divisaban porque estaban a corta distancia del objetivo que disparaban.
–¿Antonio?
El hombre volteó y la vio. Hermosa, con su abundante cabellera negra, sus ojos pardos que denotaban tristeza, cuerpo escultural, donde el caballero nadó en numerosas ocasiones cuando en otra época las pasiones provocaban tsunamis de testosterona.
-¿Cristina? ¿Qué haces aquí?-
-Te fuiste a la guerra por ella?
-Es a ti a quien amo no a Massiel-
Massiel miraba todo desde cerca y le hacía señas a Antonio para que fuese donde ella, pero el movió la cabeza en señal negativa.
-Te repito es a ti a quien amo-
Massiel lo miraba, con su sonrisa coqueta y le lanzaba besos con su mano derecha, pero era ignorada.
-Lucho por mi causa, no por ella-
-No es cierto. Vine hasta acá para verte-, dijo Cristina en momentos que un diluvio recorría sus mejillas.
-No me volverás a ver más-, respondió Antonio, furioso, se volteó y se marchó.
Tras darse la vuelta, otra vez el sonido de las bombas, Massiel se marchó sin despedirse, pero estaba frente a él Gloria, con su cabello castaño, su pequeña estatura, ojos color miel, su blanca piel y sonrisa atractiva.
-Yo sí te amo, Antonio—
Vuelven a bombardear el puerto, el fuego alumbra la silueta de guitarra de Gloria, pero nada le pasa.
Antonio se despierta asustado. Es un sueño. No todas las noches sueñas con tres exnovias al mismo tiempo. ¿Me estaré ponchando?