Por Marcos Castillo Pérez
La llegada por segunda vez de Donald Trump a la Casa Blanca ha puesto a prueba el estado de derecho y las libertades propias de la democracia estadounidense. En un santiamén, el señor Trump se ha pasado por la entrepierna la constitución y las leyes de los Estados Unidos, otrora país referente del respeto a la ley, la tolerancia y la convivencia pacífica, en sus arranques autocráticos el dirigente republicano ha optado por gobernar por decretos cual dictador tercermundista, para así dar rienda suelta a su precipitada y frenética agenda ultraconservadora. Por ahora los pesos y contrapesos que contempla la legislación estadounidense parecieran haberse quedado obsoletos ante el avasallador desarrollo de la agenda trumpista.
La represión de las manifestaciones contra sus políticas anti-migratorias, la caza y deportación de indocumentados, están generando un creciente descontento que suma cada día mas personas en las principales ciudades del país. La gran interrogante que surge es qué si el modelo autocrático de Trump logra afianzarse, cómo serán los sucesivos gobiernos, y qué consecuencias traerá para el resto del mundo.
Trump además esta imponiendo un estilo gansteril, mediante las amenazas y el chantaje trata de obligar a los demás países a aceptar sus políticas comerciales distorsionadas, que favorecen únicamente los intereses económicos propios y de su entorno, la élite empresarial y tecnócrata que lo ayudó a llegar al poder. El mandatario estadounidense se comporta como un impresentable que no respeta las mas mínimas reglas de la cortesía y la diplomacia. Amenaza, denigra y toma represalias con quienes no se someten a sus caprichos o simplemente a quienes se atrevan a cuestionar sus políticas.
El retiro de visas a expresidentes y figuras políticas como; el premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, o al expresidente Martín Torrijos y al ex candidato presidencial, Ricardo Lombana, son una muestra de la arrogancia, que se materializa mediante abusivas represalias usadas como armas intimidatorias.
Otros gobernantes que coquetean con el autoritarismo como el argentino Javier Milei, acaba de hacer público un decreto, mediante el cual, autoriza a la policía federal argentina a realizar requisas y detenciones sin orden judicial. “vamos a aprender de Estados Unidos, vamos aprender de Israel, vamos a aprender de los mejores” sostuvo.
Justamente las referencias de Milei son las mismas que han motivado las iniciativas igualmente extremas llevadas a cabo en El Salvador por Nayid Bukele, otro autócrata de moda, que está gobernando su país con mano dura, luego de haber cambiado la legislación salvadoreña, para ajustarla a su medida y sin tomar en cuenta las acusaciones de violación de los derechos humanos que se le hacen dentro y fuera de El Salvador.
En Panamá, el presidente, José Raúl Mulino, ha echado mano al autoritarismo mediante la represión policial a las protestas contra la ley 462 que reformó la Caja de Seguro Social, también contra quienes rechazan el ominoso memorándum de entendimiento que permite la instalación de bases militares de Estados Unidos y la presencia de sus soldados en Panamá, el encarcelamiento, la persecución de sindicalistas y líderes gremiales mediante la aplicación de juicios expeditos y fallos que ponen en duda la independencia de los jueces. Hoy por hoy Mulino es la figura política con el mayor índice de rechazo popular entre los panameños.
Pese a gobernar casi al margen de la ley, paradójicamente; Trump, Milei y Bukele gozan de amplia popularidad en sus respectivos países, donde sus seguidores le profesan un culto a la personalidad con similitudes a los que se han procurado autócratas en distintas épocas. La pregunta que surge es sí tienen estos países los gobiernos que se merecen o se trata de sociedades enfermas que están llevando al poder a individuos con estas características.
A lo largo de la historia del mundo han existido gobiernos autócratas que han sometido sus pueblos, pero pasado el tiempo han caído y en algunos casos poco después han vuelto, por lo que se podría decir que las sociedades han transitado por una suerte de ensayo y error en sus formas de gobierno, cada experiencia trae un nuevo ensayo que procura cambiar por otro, lo que a la postre resulta en una especie de purga cíclica. Por ahora los gobernantes de corte fascista están gozando de la simpatía de los electores, que afincan sus esperanzas en sus discursos de mano dura e imposición de cambios radicales. Será el tiempo el que se encargará de recordarles, que los autócratas y sus estilos de gobierno no son ni tampoco tienen la solución a los problemas y aspiraciones de la colectividad.
El autor es comunicólogo