La entrada del Centro de Recepción de Migrantes Lajas Blancas, en la apartada provincia de Darién y frontera con Colombia, apenas se distingue. Un simple letrero y un camino sin pavimentar son los únicos indicios de que allí se encuentra uno de los puntos clave para miles de migrantes que, tras cruzar el peligroso e imponente Tapón del Darién, esperan hacer una pausa para continuar su ruta hacia el norte, con destino final en los Estados Unidos.
El silencio del lugar es roto por el ruido de autobuses que, por 60 dólares por persona, transportan a los migrantes a lo largo de todo Panamá, cruzando el país hasta dejarlos 10 kilómetros más allá de la frontera con Costa Rica.
Los alrededores del centro se han transformado en un mercado improvisado: decenas de puestos venden frutas, comida, ropa y hasta teléfonos. Mientras, dentro del centro, los migrantes reciben tres comidas diarias.
Sin embargo, para quienes pueden permitírselo, comprar alimentos adicionales es una opción. Cada rostro en este lugar cuenta una historia, muchos han recorrido miles de kilómetros desde países como Venezuela, Cuba, Colombia y Ecuador, cargando la esperanza de un futuro mejor.
Historias de resistencia: Rodolfo y Anderson
Rodolfo Pérez, un joven venezolano del estado Portuguesa, ha gastado cerca de mil dólares para llegar hasta aquí junto a su pareja. “No teníamos otra opción”, dice con tono resignado, refiriéndose a la crisis que lo obligó a dejar su país. El trayecto por la selva fue una pesadilla, pero Rodolfo asegura que las condiciones en Lajas Blancas, a pesar de todo, son más llevaderas.
Anderson Arandía, de Maracaibo, tiene una historia distinta. Llegó al centro acompañado de su pareja colombiana, aunque no están casados, lo que le ha generado problemas con las autoridades para seguir adelante. “Lo más difícil no fue la selva, sino los 13 días que pasé en Lajas Blancas”, afirma con desánimo. Durante su travesía por el Darién, Anderson y otros migrantes fueron asaltados por hombres encapuchados. “No supimos si eran panameños, colombianos o indígenas”, dice, sin poder disimular su frustración.
A pesar de contar con el apoyo económico de sus familiares en Estados Unidos, el viaje ha sido más costoso de lo que imaginaba. Anderson ha gastado alrededor de 450 dólares desde que salió de Venezuela, y aún queda un largo camino por delante.
Cada día en este punto fronterizo parece acercarlos al sueño americano, pero también les recuerda lo incierto de su destino.
La Defensoría del Pueblo realizó una visita al Centro de Recepción de Migrantes Lajas Blancas, para verificar el estado de los foráneos, la cual fue documentada por este medio.
Eduardo Leblanc escuchó a varios migrantes los cuales expresaron una serie de quejas sobre el lugar.
Mientras eso sucedía un grupo de asiáticos abordó uno de los autobuses, una mujer de unos 30 a 35 años, hizo el pago total del pasaje.
Lo que llamaba la atención es que estos migrantes no parecían haber cruzado la selva, traigan celulares de alta gana, IPod, relojes, y todo tipo de prendas. Esto contrasta con los cientos de migrantes que el Darién les ha dejado un regalo en su cuerpo.
Al adentrarnos más en el centro observamos que algo tan básico como recolectar agua tiene un horario estipulado. Era evidente que la falta de recursos limita el aseo personal de los extranjeros.
Un joven que se nos acercó nos indicó que tenía casi un mes de estar allí y que no tenía como seguir, aducía ser un desplazado de la violencia armada de Colombia.
Agente de migración nos comentó que las personas a medida que van llegando se van trasladando al lado Tico, lo que sucede con los demás es que no cuentan con dinero para poder continuar su viaje hacía el Norte.
A pesar de los controles de Panamá los extranjeros siguen cruzando la selva, es de suma importancia que los países vecinos cumplan con sus controles migratorios ya que nuestro país no puede con esta carga sin ayuda.