La entrada del Centro de Recepción de Migrantes Lajas Blancas, en la apartada provincia de Darién y frontera con Colombia, apenas se distingue. Un discreto letrero y un camino sin pavimentar son las únicas señales de que allí se encuentra uno de los puntos clave para miles de migrantes. Tras cruzar el imponente y peligroso “Tapón” de la selva, hacen una pausa en este refugio antes de continuar su travesía hacia el norte, con la esperanza de alcanzar su destino final: Estados Unidos.

El silencio del lugar es roto por el ruido de autobuses que, por 60 dólares por persona, transportan a los migrantes a lo largo de todo Panamá, cruzando el país hasta dejarlos 10 kilómetros más allá de la frontera con Costa Rica.
Los alrededores del centro se han transformado en un mercado improvisado: decenas de puestos venden frutas, comida, ropa y hasta teléfonos. Mientras tanto, dentro del centro, los migrantes reciben tres comidas diarias.
Sin embargo, para quienes pueden permitírselo, comprar alimentos adicionales es una opción. Cada rostro en este lugar cuenta una historia; muchos han recorrido miles de kilómetros desde países como Venezuela, Cuba, Colombia y Ecuador, cargando la esperanza de un futuro mejor.
Las autoridades migratorias estiman que, en lo que va del año 2024, unos 242,000 migrantes, en su mayoría venezolanos, han atravesado el Darién. Esta travesía tiene una duración aproximada de nueve días.
Panamá inició en agosto pasado la repatriación de migrantes indocumentados en vuelos financiados por Estados Unidos.
La medida se tomó menos de dos meses después de la toma de posesión del presidente José Raúl Mulino.
Durante su campaña, Mulino prometió “cerrar” el Tapón del Darién, una zona selvática por la cual más de medio millón de migrantes cruzaron el año pasado con el objetivo de llegar a Estados Unidos desde Sudamérica.
Historias de resistencia: Rodolfo y Anderson
La crisis política venezolana ha generado que al menos 7.7 millones de personas hayan emigrado de Venezuela durante la última década, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Rodolfo Pérez, un joven venezolano del estado Portuguesa, ha gastado cerca de mil dólares para llegar hasta aquí junto a su pareja. “No teníamos otra opción”, dice con tono resignado, refiriéndose a la crisis que lo obligó a dejar su país. El trayecto por la selva fue una pesadilla, pero Rodolfo asegura que las condiciones en Lajas Blancas, a pesar de todo, son más llevaderas.

Anderson Arandía, de Maracaibo, tiene una historia distinta. Llegó al centro acompañado de su pareja colombiana, aunque no están casados, lo que le ha generado problemas con las autoridades para seguir adelante. “Lo más difícil no fue la selva, sino los 13 días que pasé en Lajas Blancas”, afirma con desánimo. Durante su travesía por el Darién, Anderson y otros migrantes fueron asaltados por hombres encapuchados. “No supimos si eran panameños, colombianos o indígenas”, dice, sin poder disimular su frustración.
A pesar de contar con el apoyo económico de sus familiares en Estados Unidos, el viaje ha sido más costoso de lo que imaginaba. Anderson ha gastado alrededor de 450 dólares desde que salió de Venezuela, y aún le queda un largo camino por delante.
Cada día en este punto fronterizo parece acercarlos al sueño americano, pero también les recuerda lo incierto de su destino.
La Defensoría del Pueblo realizó una visita al Centro de Recepción de Migrantes Lajas Blancas para verificar el estado de los foráneos, la cual fue documentada por este medio.
Eduardo Leblanc, el Defensor del Pueblo, escuchó a varios migrantes, quienes expresaron una serie de quejas sobre el lugar.
Mientras eso sucedía, un grupo de asiáticos abordó uno de los autobuses. Una mujer de entre 30 y 35 años pagó la totalidad del pasaje.
Lo que llamaba la atención era que estos migrantes no parecían haber cruzado la selva. Traían celulares de alta gama, iPods, relojes y todo tipo de prendas. Esto contrasta con los cientos de migrantes que llevan en su cuerpo las cicatrices que el Darién les ha dejado.
Al adentrarnos más en el centro, observamos que algo tan básico como recolectar agua tiene un horario estipulado. Era evidente que la falta de recursos limita el aseo personal de los extranjeros.
Un joven que se nos acercó nos indicó que tenía casi un mes en el centro y que no tenía cómo seguir su viaje. Aducía ser un desplazado de la violencia armada en Colombia.
Un agente de migración nos comentó que, a medida que van llegando, los migrantes son trasladados al lado tico. Sin embargo, muchos se quedan varados porque no cuentan con dinero para continuar su travesía hacia el norte.
A pesar de los controles de Panamá, los extranjeros siguen cruzando la selva. Es de suma importancia que los países vecinos refuercen sus controles migratorios, ya que nuestro país no puede sostener esta carga sin ayuda.