Corazón noble y entregado, que ha permitido que se gane el cariño de las personas que se acercan a las instalaciones de salud donde ha trabajado. No es extraño que se le aproximen personas, para decirle, “Usted atendió a mi mamá hace 20 años cuando estuvo enferma, ¡Gracias!”
Ante estos hechos, miss Irenia Olanda Batista, solo sonríe, y aunque muchas veces por el paso del tiempo, no recuerda sus caras, acepta los halagos con mucha humildad. Además, le agradece a Dios por enseñarle cual es la vocación que hasta el sol de hoy la mantiene enamorada: la enfermería.
Los primeros rayos que le iluminaron el camino a seguir vinieron de una manera en la que el amor y el dolor se abrazaron, y fue cuando su abuela -con quien se crió- enfermó de cáncer, cuando ella tenía 17 años. En ese momento correspondió con todo el cariño que un alma adolescente podría ofrecer, brindándole sus cuidados.
En esos instantes, cuando se siente que el tiempo se detiene en la sala del hospital, le permitieron observar la forma en que los “Ángeles Blancos” servían a los pacientes.
«Yo las veía a ellas cómo trabajaban, y yo siempre quise ayudar, siempre quise ser enfermera. Desde niña mi abuela me decía que veía como cuidaba las muñecas», recordó.
El tiempo que vivió su noble madre de crianza y a la vez abuela, desde que se le descubrió el mal hasta que fue hospitalizada, fue de tan solo un mes.
Como el tiempo condiciona los minutos que cambian nuestro destino, uno ellos, en la vida de miss Irenia, fue cuando su vecina, la señora Norma Rodríguez de Ledezma, técnica en enfermería, en la sala de urología del Hospital Santo Tomás, le ofreció una oportunidad para sufragar sus gastos personales y escolares tras la muerte de su abuelita, «recomendándola para cuidar enfermos».
«Eso como que me fue gustando, el cuidar a las personas, esa empatía que yo sentía con los pacientes», aceptó.
Todo lo aprendido con la práctica la fue entusiasmando a querer profesionalizarse; por ello, ingresa en la Facultad de Enfermería, de la Universidad de Panamá, donde se gradúa en 1991.
Esos primeros años fueron marcados por épicas situaciones cuando fue asignada a laborar en el área éste de la provincia de Panamá, siendo su primer trabajo dentro de las entidades gubernamentales, en el Ministerio de Salud, fijada al Hospital de Chepo, en el cuarto de urgencias, donde rotó por diferentes áreas.
De allí fue trasladada a centros de salud de diferentes comunidades, que aunque hoy tienen otra semblanza, en esos tiempos algunos de esos sectores tenían muchas comunidades rurales, con caminos difíciles de transitar. En esos escenarios pudo ver muchos animales en soltura, además de felinos salvajes que eran perseguidos, ya que se comían a los vacunos.
Entre los lugares en los que laboró estuvieron Pacora, la isla de San Miguel, Cerro Azul y San Martín.
El personal era poco y las necesidades muchas. El temperamento de los residentes, forjado por el arduo trabajo, era amable, pero a la vez muy reservado, rayando en algunos casos en lo hermético. En esas actividades tanto dentro como extramuros, detectaron diversos males como el cáncer, tuberculosis, VIH y enfermedades crónicas no trasmisibles; sin embargo las urgencias más comunes eran por mordedura de serpientes.
Destacó que para las mujeres en estado de gravidez las cosas no eran fáciles, puesto que, al momento del alumbramiento, a muchas que vivían en esas montañas las tenían que trasladar en hamacas.
Una de las anécdotas que recuerda es cuando en esos años tuvo que trasladarse al sector de Mamoní, un lugar al que solo se podía ir dos veces al año, y la visita era para llevar el Programa de Leche y Hierro, para niños menores de seis años.
Para poder llegar a la comunidad debían pasar por un río llamado Chapa, el que tuvieron que transitar en un vehículo doble cabina. Las fuertes aguas movieron el auto como un barco de papel, al punto que se volcó, y para poder librarse de la fuerza del río, tuvo que pasar, junto con al resto del pequeño equipo de salud, amarrada con sogas.
Llegada a la CSS
Casada y con dos niñas pequeñitas, se enrumba hacia otra aventura, entre jeringas, gasas y uniformes sanitarios. Justo cuando iba a ser trasladada a la isla de San Miguel, se le abre la oportunidad de una plaza en la Caja de Seguro Social (CSS), la cual aceptó, siendo una época llena de satisfacciones sin ningún tipo de arrepentimiento.
Al ingresar a la CSS laboró por un período de diez años en el cuarto de urgencias del Complejo Hospitalario “Dr. Arnulfo Arias Madrid”.
El trabajo era pesado, donde había que hacer el cuidado integral del paciente, cierre de admisiones, inyectables y tomas de laboratorio; porque en ese tiempo no había flebotomistas exclusivos para el cuarto de urgencias.
La enfermera y el técnico de enfermería se debían unir para que fueran una sola pieza, para poder sacar el trabajo.
También, tuvo espacios en los que rotó por otras salas como cardiología y neonatología; no obstante, por sus conocimientos era llamada nuevamente a urgencias.
Tras diez años, pasó a la Policlínica “Presidente Remón” donde laboró en dispensario, epidemiología, ginecología, supervisión, salud ocupacional y docencia, entre otras áreas.
Seguidamente en la rotación llegó a la Clínica del Empleado en Clayton, donde brinda atenciones con calidad y esmero, ganándose el cariño y respeto de los colaboradores, a quienes, además, insta a cuidar su salud, sobre todo en estos tiempos, en lo que el virus de la COVID-19, busca siempre regresar con más fuerza.
Además de la formación adquirida por el fragor de la experiencia, miss Irenia saca tiempo para mantenerse actualizada en sus conocimientos y también para adquirir nuevas herramientas para la vida; por ello, tiene, además de la licenciatura en Enfermería, maestría en Docencia Superior y Administración, porque su ilusión es poder trasmitir conocimientos a través de la enseñanza.
A los jóvenes que en estos momentos están en ese proceso de saber qué carrera seguir y se sienten inclinados por la enfermería, los instó a perseverar, que lean mucho, porque la enfermera siempre se está actualizando y sobre todo que quieran mucho al prójimo, que es la razón que mueven el corazón de las enfermeras.