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Un encuentro con la chica del Metro

Hace unas semanas tomé el Metro para hacer una diligencia, en eso noté que una joven de unos 19 o 20 años me miraba fijamente.

La verdad era muy linda, pero muy joven para mis estándares. Estaba escuchando la versión hablada del libro Historia de dos ciudades, de Dickens.

En el Metro los que estaban cerca mío no disimularon en repararla de pies a cabeza. La chica iba vestida con un suéter blanco y unos ‘leggins’ muy ceñidos al cuerpo.

Seguí mi camino hasta que siento que me hablan del hombro, volteo y me doy cuenta que es la niña del metro.

¿Sabes cómo llegar a tal lugar? Le respondo y siguo mi camino…ella solo sonrió

Días más tarde, mientras tomaba un café en Multiplaza, la muchachita se sienta a mi lado y se ríe al verme con lentes para leer.

“Cómo está el señor serio, que no saluda”. Era evidente mi sorpresa al movimiento de la joven.

“He tratado de hablarte desde hace rato, pero te haces el difícil”.

Ella se bajó en mi parada. Con un algo de curiosidad e incertidumbre la invité a tomar una copa de vino.

“Cuéntame de ti, te ves interesante”. Su pregunta me resultó algo incomoda, por lo regular soy el que escucha mientras mi cita habla.

Mientras revisaba un mensaje en el celular, la muchachita se inclinó hacia mí, sosteniendo mi cabeza con una mano, recorrió mi cuello lentamente.

En ese breve espacio marcó su teléfono desde mi móvil.

“Amaderado y cítricos. Eau de Parfum de Yves Saint Laurent”.

¿Eres vendedora?

“No Barista, cariño”.

¿Por qué siempre estás a la defensiva, guapo?

Mientras ella espera una respuesta, la reparo con más detalle. Notó que no lleva sostén, tiene el cuerpo torneado por el gimnasio.

Pido la cuenta y me dispongo a salir del restaurante. Algo no me cuadra en la actuación de la Lolita del metro.

Unos días más tarde me llamó a las 7 de la mañana.

“Buenos días, corazón” ¿Qué color te gusta?.

Tras el último mensaje me envió una foto de lencería. Mi respuesta fue si no me enseñas como te queda, no quiero ver nada.

“Cuando tú quieras papi”, respondió la Lolita.

Nuevamente, nos encontramos en el metro… La Lolita estaba como la primera vez que la vi, suéter blanco y ‘leggins’ ceñido al cuerpo.

En este punto tenía un dilema, no la quería llevar a mi casa (no se lleva a un ligue a casa). Se me ocurrió ir a un hotelito de esos Tres o Cuatro estrellas que están cerca de la Cinta Costera.

Para mi sorpresa la habitación tenía espejos en el techo. Después de tanta provocación la Lolita tenía pena desvestirse delante de mí.

Tenía un brasier rojo y un hilo dental de encajes del mismo color.

La empecé a besar, cuando sintió mi masculina entró en modo sumiso. Le quité el sostén sin mucho esfuerzo, el ver su cara cuando la besaba la excitó mucho.

Me puse detrás de ella y acaricié sus pechos, acaricié sus pezones.

Estábamos muy excitados, acaricié sus muslos, percibiendo el calor que salía de su piel, para luego subir hacia sus nalgas, que también acaricié llegando hasta su entrepierna.

Con mi lengua sentía la humedad de su sexo. Sus labios inferiores perfectos, su clítoris estaba duro. Circulares en él.

Ella jugó un poco con mi pene, hasta que deje caer sobre su cuerpecito mis 180 libras, a lo que ella se preparó para recibirme.

La penetré con dos dedos, sus gemidos y placer retumbaban en la habitación. Está muy dilatada, con mi pene le di unos golpecitos en su sexo hasta entrar solo con la punta para, luego, penetrarla con fuerza.

Ella se corrió casi de inmediato. Cambiamos de pose, ella se subió sujetando mi miembro y me cabalgó como si el mundo se acabará esa tarde.

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